¡ESTA EPIDEMIA DE VIOLENCIA EN NUESTRO PAÍS DEBE TERMINAR DE INMEDIATO!
El eco de los disparos en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Grand Blanc, Michigan, aún resuena en las calles tranquilas de esta pequeña comunidad de apenas 8.000 habitantes, situada a unos 80 kilómetros al norte de Detroit. Fue un domingo por la mañana que debería haber estado marcado por la paz y la oración, pero que se transformó en una pesadilla de fuego y sangre. Al menos cuatro personas perdieron la vida, ocho resultaron heridas por disparos —algunas en estado crítico— y tres más sufrieron intoxicación por inhalación de humo. El atacante, Thomas Jacob Sanford, un veterano de los Marines de 40 años que sirvió en Irak, estrelló su camioneta contra el templo, abrió fuego con un rifle de asalto y prendió fuego al edificio con gasolina antes de ser abatido por la policía en el estacionamiento. Ocho minutos después de la llegada de los agentes, el horror había terminado, pero el trauma colectivo apenas comienza.
La escena era dantesca: fieles que asistían al servicio dominical, un “domingo de ayuno” en el que la congregación de unos 150 miembros se reúne para oraciones, cantos y sermones que duran dos horas. Familias enteras, incluyendo niños desde los 18 meses, se encontraban allí cuando Sanford irrumpió. Testigos describen cómo el hombre gritaba “¡Los mormones son el Anticristo!” mientras disparaba indiscriminadamente. El incendio se propagó rápidamente, obligando a los bomberos a combatir las llamas mientras rescataban a los heridos. La iglesia, uno de los templos más grandes de la zona, quedó en ruinas calcinadas. Equipos de rescate usaron robots para inspeccionar el interior, y hasta el lunes no se encontraron más cuerpos, aunque la angustia por los desaparecidos persistió durante horas.
El presidente Donald Trump reaccionó con celeridad en su plataforma Truth Social, calificando el suceso como “un horrendo tiroteo” que “parece ser otro ataque dirigido contra los cristianos en Estados Unidos de América”. Sus palabras, cargadas de indignación, resonaron en un país ya hastiado de masacres: “¡Esta epidemia de violencia en nuestro país debe terminar de inmediato! La Administración Trump mantendrá informada a la opinión pública, como siempre hacemos. Mientras tanto, recen por las víctimas y sus familias”. Trump, quien ha invocado repetidamente la persecución religiosa como un tema central en su discurso, vinculó el incidente a una supuesta ola de agresiones contra los cristianos, recordando ataques previos como el de una iglesia católica en Minnesota el mes pasado, donde dos niños murieron. Su mensaje, aunque reconfortante para algunos, avivó debates sobre si estos eventos forman parte de un patrón más amplio de intolerancia religiosa en una nación donde el cristianismo es la fe mayoritaria, pero donde los mormones —miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días— han enfrentado prejuicios históricos por doctrinas como el Libro de Mormón o la veneración de Joseph Smith como profeta.
La secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, profundizó en el asunto durante una entrevista en Fox & Friends el lunes por la mañana. Citando una conversación con el director del FBI, Kash Patel, Leavitt insinuó que el móvil del pistolero era un odio visceral hacia los mormones. “Desde lo que entiendo, basado en mis conversaciones con el director del FBI, todo lo que saben ahora es que se trataba de un individuo que odiaba a la gente de la fe mormona”, afirmó. Agregó que los investigadores están explorando cuán premeditado fue el acto, si hubo planificación detallada y si Sanford dejó una nota o manifiesto. “Están ejecutando múltiples órdenes de allanamiento en las residencias y hogares familiares del perpetrador para llegar al fondo de por qué cometería un acto de maldad tan inconcebible”, explicó. Leavitt evitó especulaciones políticas, pero su declaración alineó con la narrativa de Trump de un “ataque contra los cristianos que conmocionó a Estados Unidos”, amplificando la percepción de una amenaza sistemática.
Sin embargo, los detalles emergentes sobre Sanford pintan un retrato más complejo y perturbador. Amigos y conocidos lo describen como un hombre calmado en la superficie, pero con una ira latente que bullía bajo la piel. Peter Tersigni, un amigo de la infancia, recordó cómo Sanford arremetía contra los mormones incluso en momentos inapropiados, como en su propia boda hace una década. “Todo lo que podía hablar era de los mormones. Se obsesionó con que eran el Anticristo y que iban a tomar el mundo”, relató Tersigni. Esta animosidad parece remontarse a una ruptura sentimental con una novia mormona hace más de diez años, un evento que lo llevó a verter veneno contra la iglesia en conversaciones casuales. Días antes del ataque, durante una campaña electoral local en Burton —su ciudad natal, a 15 minutos del templo—, Sanford interrogó a Kris Johns, candidato a concejal, sobre sus opiniones en armas y mormones. “Lo primero que me preguntó fue: ‘¿Qué sabes de los mormones?’ Cada pregunta era más punzante y directa. Tenía una ira de larga data hacia la Iglesia SUD”, contó Johns a CNN.
Sanford, mecánico durante su servicio en Irak, no tenía vínculos aparentes con la congregación atacada, pero las fotos de su casa en Google Maps de junio muestran un cartel de “Trump Vance” en la cerca, y una imagen de redes sociales de 2019 lo retrata con una camiseta del presidente. Michigan no registra afiliación partidista, pero estos indicios han generado controversia. Críticos de la administración Trump señalan la ironía: un supuesto simpatizante de MAGA perpetuando violencia contra una comunidad que el propio presidente defiende. Mientras, el padre de Sanford, visiblemente destrozado, se disculpó públicamente: “Me siento terrible por todas las familias heridas. Están pasando por lo mismo que mi esposa y yo”. La familia coopera con las autoridades, que han realizado más de 100 entrevistas y cateos en dispositivos digitales.
La respuesta inmediata de las autoridades fue heroica. La policía local llegó en menos de un minuto tras la primera llamada al 911, y agentes federales del FBI y ATF se desplegaron rápidamente, catalogando el incidente como un “acto de violencia selectiva” y posible crimen de odio. La gobernadora demócrata Gretchen Whitmer, quien habló con Trump para coordinar condolencias, declaró: “Estoy destrozada. La violencia en un lugar de culto es inaceptable”. Reforzaron la seguridad en templos de Nueva York y Los Ángeles, y la Iglesia SUD emitió un comunicado: “Varias personas resultaron heridas en un trágico acto de violencia”. Doug Anderson, portavoz, confirmó que ocurrió durante el servicio, y el suceso coincidió con el duelo por la muerte de Russell M. Nelson, el líder mormón de 101 años fallecido el día anterior —el más longevo en la historia de la fe.
Este es el tiroteo masivo número 324 en Estados Unidos en 2025, según el Gun Violence Archive, que define como tal aquellos con cuatro o más víctimas armadas, excluyendo al tirador. La Asociación Mass Shooting Tracker eleva la cifra a 377. En un país donde las armas son omnipresentes —con más de 400 millones en circulación—, estos episodios en lugares sagrados cuestionan no solo la seguridad, sino el tejido social. Mitt Romney, exsenador mormón de Utah, lo llamó una “tragedad” y advirtió: “Mis hermanos y hermanas y su iglesia son blancos de violencia”. Expertos en el extremismo religioso señalan que, aunque los mormones son cristianos, su fe ha sido marginada, lo que podría haber alimentado el rencor de Sanford.
Mientras Grand Blanc llora —con vigilias de velas en el Teatro Trillium frente al templo arrasado—, la nación se enfrenta a una encrucijada. ¿Es esto un odio aislado o el síntoma de una “epidemia de violencia”, como clama Trump? Las investigaciones del FBI continúan, prometiendo respuestas, pero el dolor de las familias —madres que perdieron hijos, esposos que velan heridos— exige acción inmediata. En un domingo que debía ser de ayuno y reflexión, Michigan nos recuerda que la verdadera hambruna es la de empatía en una sociedad armada hasta los dientes. Solo deteniendo esta espiral de odio y balas podremos honrar a los caídos y prevenir que el fuego de la intolerancia consuma más almas inocentes.